En un artículo publicado anteriormente en nuestro blog exploramos cómo podíamos reducir el riesgo de padecer demencia. ¿Recuerdas?
Exactamente. En esa oportunidad explicamos que existían doce factores de riesgo que podíamos modificar y que en su conjunto son responsables, aproximadamente, del 40% de todos los casos que se diagnostican con demencia alrededor del mundo.
Estos factores son un bajo nivel educativo, la hipertensión arterial, la obesidad, el hábito de fumar, la inactividad física, el aislamiento social, la presencia de depresión, la contaminación del aire, las lesiones cerebrales traumáticas, el consumo excesivo de alcohol, la diabetes y la pérdida de la audición.
En el artículo de hoy quiero acercarme un poco más a la relación existente entre las dificultades auditivas y el riesgo de desarrollar demencia. Así lo haré también en el futuro con otros factores de riesgo, considerando que muchos de ustedes me han sugerido hacerlo.
La pérdida auditiva es un importante factor de riesgo para el desarrollo de demencia, especialmente durante la adultez media (esto es entre los 45 y los 65 años de edad). De acuerdo con el estudio más reciente publicado por la comisión Lancet, la pérdida auditiva durante la adultez media es el factor de riesgo que más contribuye al desarrollo de la demencia con un 8%.
Esta cifra es muy superior a los demás factores de riesgo considerados en esta misma etapa de la vida, como son las lesiones cerebrales traumáticas (3%), la hipertensión (2%), el consumo de alcohol y la obesidad (ambos representan un 1%).
Existen estudios que sugieren que el riesgo de demencia crece 1.3 veces por cada 10 decibeles de pérdida auditiva.
Se ha comprobado que incluso las personas que no llegan a tener un déficit auditivo patológico (lo que sería una pérdida auditiva superior a los 25 decibeles de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud) podrían presentar una disminución en sus funciones cognitivas.
Pero, ¿cómo se relaciona la pérdida auditiva con la demencia? Excelente pregunta.
Quizás la explicación que primero viene a nuestra mente es que en la medida en que perdemos capacidad auditiva (independientemente de la causa), nuestra vida social se comienza a ver limitada. Se nos dificulta más comunicarnos, intercambiar opiniones durante una conversación, etc.
Esto podría provocar que disminuyan nuestros contactos sociales, llevándonos a un mayor aislamiento, que también es un factor de riesgo para desarrollar demencia. Además, cuando nos aislamos socialmente también aumenta el riesgo de depresión, y la depresión es también un importante factor de riesgo para el desarrollo de demencia.
En este sentido la pérdida de la audición se convertiría en una condición que amplificaría la vulnerabilidad para la aparición de otros factores de riesgo que también impactan negativamente sobre nuestra salud cognitiva y cerebral.
¿Es este el único mecanismo?
Pues no. Al parecer el mecanismo que vincula a la pérdida auditiva con el desarrollo de procesos neurodegenerativos es más complejo de lo que parece a simple vista.
En un artículo titulado «Audición y demencia: desde el oído hasta el cerebro» («Hearing and dementia: from ears to brain») publicado en la revista Brain, se propone una perspectiva en la que se resalta que los procesos neurodegenerativos característicos de las demencias afectan de manera particular los circuitos de nuestro cerebro auditivo.
Intentaré explicarlo de otro modo. De acuerdo con el doctor Jeremy C. S. Johnson, autor principal del artículo y profesor del University College London nuestro principal órgano de la audición es el cerebro.
Según el doctor Johnson, lo que parece sencillo, o sea «escuchar», es realmente el resultado de complejos circuitos cerebrales que permiten convertir las señales acústicas en representaciones mentales..
Dicho de otro modo, el estímulo físico (el sonido) es representado en nuestro cerebro gracias a la conectividad entre neuronas, o sea, a la sinapsis. Anatómicamente, en nuestro cerebro existen circuitos altamente especializados para procesar los sonidos y estos se encuentran ampliamente distribuidos por toda la corteza cerebral.
Por otra parte, las proteínas asociadas a los procesos neurodegenerativos muestran, por decirlo de algún modo, preferencia por esos mismos circuitos, lo cual afecta sensiblemente nuestra capacidad para procesar los sonidos.
Otro elemento interesante es que las afectaciones auditivas en las demencias no son homogéneas, sino que muestran características singulares en dependencia del tipo de patología neurodegenerativa.
Por ejemplo, en la Enfermedad de Alzheimer es frecuente que los pacientes muestren dificultades para identificar el origen de los sonidos, presenten agnosia de sonidos (esto quiere decir que no pueden relacionar el sonido con lo que lo produce, por ejemplo el ladrido de un perro con el perro) y también muestren una sensibilidad incrementada para los estímulos acústicos.
Estas manifestaciones han sido relacionadas con la neurodegeneración de circuitos cerebrales de la corteza temporo-parietal.
Por otra parte, en la Demencia Fronto-Temporal (otro tipo de demencia distinto del causado por la Enfermedad de Alzheimer) se observa un patrón donde los pacientes no pueden identificar los sonidos ambientales y tampoco el acento de las personas.
Adicionalmente presentan sordera de palabras, o sea, son incapaces de comprender el lenguaje, repetir palabras o escribir cuando se les dicta. Estas dificultades guardan relación con la atrofia de los lóbulos prefrontales a diferencia de lo que ocurría con la Enfermedad de Alzheimer.
¿Por qué estas particularidades son importantes?
Estos perfiles de degeneración auditiva, que también podemos denominar como fenotipos auditivos, no nos indican solamente la existencia de un daño en los circuitos cerebrales que participan en el procesamiento acústico; además, son de gran ayuda para determinar el tipo de proceso neurodegenerativo que presenta el paciente. En este caso se convierten en un marcador que nos ayuda a diferenciar entre los distintos tipos de demencia.
Entonces, ¿las dificultades auditivas son causa o resultado de la demencia?
Esta es una pregunta difícil. Todavía se conoce poco sobre esta interacción, pero existen algunos resultados que sugieren que las dificultades auditivas podrían ser una señal que nos alerta sobre la existencia de un proceso cerebral patológico. Por otra parte, en caso de que las alteraciones auditivas no sean atendidas a tiempo, podrían ser un factor que acelere la neurodegeneración. Una cosa lleva a la otra.
En este punto, creo que todos coincidimos en la importancia de darle valor a cualquier manifestación de pérdida auditiva que experimentemos o que experimenten las personas cercanas a nosotros.
En la actualidad existen alternativas de intervención que permiten el manejo de la pérdida auditiva, que van desde el uso de dispositivos hasta medicamentos e intervenciones quirúrgicas. Pero este ya sería tema para otro artículo.
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